El Karma de Adán

¿Ha conocido, deseado, amado e incluso odiado a ese hombre inmaculado, tierno y dedicado que encarna la diáfana idealización del hombre perfecto … o en su defecto, ha sido usted, si es varón quien me lee, aquel hombre ideal de aquella doncella que soñó y quizá aún sueña con sus virtudes? Pues bien, yo también lo fui; también gocé de las mieles y las envidias jactanciosas infundadas en mujeres, e incluso hombres, por el simple hecho de ser lucido y exhibido como el novio idóneo, como el más guapo, como el que además de guapo era amable y amante de cada significante del amor, la caballerosidad, pero sobre todo, de la irrevocable condición divina, exenta de error y de fallas que me atribuía el ser bautizado y bendecido bajo ese título sociocultural; que al final del día se mostraría como la peor maldición jamás impuesta sobre el Hombre, hablando en términos de género, la peor condena a los humanos velludos y con verga, y uno de los más resistentes e indestructibles bastiones de los prejuicios sexistas, o chovinistas, o machistas del mundo: El Príncipe Azul.

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El Príncipe Azul de mi historia

A los dieciséis años conocí por una linda casualidad a mi primer gran amor en la vida. Nadie iba a pensar que en una misa, dos extraños, una en el público y otro rezándole a la virgen María en francés desde un atrio en el colegio (sí señores, yo alguna vez recé y oré a dios) construirían una hermosa y poderosa relación que duraría siete años, que definiría y moldearía tanto en la vida de cada uno. Yo no tenía ni un pelo en la cara, era el niño más flaco del mundo y me peinaba con una cresta que horriblemente se volvía una flor cuando los rulos me crecían y empezaban a doblarse hacia los lados. Dos niños empezaron a jugar al amor, la ternura surgió y de ella las cartas, los detalles, lo romántico, lo dulce, las flores, las canciones y todo aquello que como por instinto evoca ese mar de emociones en el huracán del amor. Esa otra persona, ese amor, se vuelve una vocación en la que todo es idílico. Es literalmente imposible mirar otras tetas, mucho menos contemplar otros amores, básicamente porque ese mismo idilio enfoca todas tus energías y emociones en el otro… hasta que alguno de los dos «pela el cobre»; o no lo llamemos así, llamémoslo como es: «hasta que alguno de los dos muestra el factor más importante y a la vez más obviado de las relaciones amorosas; La Falla, El Error, La Realidad, el Ser Humano».

No viene al caso entrar en detalles, pues no se trata de jugar con información sensible, ni con la vida o la historia de alguien en aquello que escribo. En esa relación hermosa y duradera no todo fue un idilio siempre. En su momento ella fue una maldita y me hizo cagadas que dolieron mucho y muy profundo; y de igual manera yo también tuve mi turno para ser un cabrón y hacerla sufrir. Me refiero a esos episodios de tal forma porque primero es conveniente atacar la parte sensible, posesiva y animal que todos tenemos, dejarla supurar el veneno, para luego contar hasta diez, meditar y entender que al final del día nadie es mejor o peor. Entender que el dolor y la ira también forman parte de las relaciones y, en alguna medida, son ingrediente clave para rescatar siempre lo humano y volátil del amor.

El turno para entender esas cosas me tocó primero a mi: a mis diecisiete años, luego de que ella se hubiese ido de vacaciones a tantear terreno con un amor platónico, habiéndome dejado enamorado y viendo un chispero, la vi regresar por mí, dejé a una chica con quien salía y fui tras ella, loco de amor, ignorando cualquier detalle que me agobiara pues en últimas lo único que yo deseaba era estar a su lado y ser esa persona increíble y especial; para en unos meses sentarme a llorar luego de descubrir que se andaba besuqueando con un imbécil que se llamó mi amigo, que la sedujo como a cualquier otro pedazo de carne por las que antes competíamos él y yo, mirarla a la cara, escucharla arrepentida repitiendo que me amaba a mí y solo a mí… y algo que marcaría mi forma de entender las relaciones y el amor de ahí en adelante: «Tú eres perfecto, tú eres divino conmigo. No entiendo cómo me perdonas… pues si yo estuviese en tu lugar, si yo supiera que te metes con otra mujer, no te lo perdonaría jamás. Esto se acabaría.» (Atención a esto, porque de aquí se desprende absolutamente toda una catástrofe epistemológica sobre la fidelidad en las relaciones e incluso sobre los roles de género) Finalmente la perdoné.

Yo la amaba y siempre resaltaba en ella y en la relación las cosas bonitas por encima de las cosas que dolían. Pensé que era humano, que podría pasarme a mí también, y que incluso podría repetirse mucho, ella era una mujer muy atractiva así que lo más lógico era que durante nuestra historía el asedio por parte de otros hombres no iba a ser algo que cesaría fácilmente. Entendí que sería normal que ella como mujer también se sintiera atraída por otros hombres y que era cuestión de madurez de pareja (a nuestros escasos 17 años) asumir nuestros roles para no fallarle al otro. Intenté hablar con mi ahora ex-amigo, le hablé con sensatez y le dije que lo perdonaba también, le expliqué que no me lo había esperado de quién se hizo llamar mi mejor amigo, pero que definitivamente no quería perder su amistad por una mujer. Más matan faldas que balas. El güevón no tuvo los pantalones ni la seriedad para entender mi cariño hacia él y prefirió alejarse dejando todo en rencor y una estúpida prevención de que algún día yo le haría lo mismo. Severo marica, aún me duele que haya decidido tirar la amistad por una vieja, como si de Karma viviera yo.

Tenía ya veinte años cuando, por primera vez, dejé ver el sucio y los raspones de mi cuerpo humano bajo el inmaculado traje de Príncipe Azul, acompañado de las lágrimas de la mujer que amaba, su cara de decepción y el vacío tan verraco que me comprometía desde el estómago hasta los pulmones. Hacía unos días en alguna disputa virtual por cosas que no me acuerdo, una fulanadetal comentó o me publicó algo amenazador en el muro de Facebook, yo me perdí todo el día, creo que no tenía smartphone y seguramente el celular estaba descargado, mi novia había visto el mensaje, se preocupó y, como tenía la clave de mi Facebook (de las pruebas de amor y confianza más culas que existen. Si hay confianza que se mida por acciones y no por estar vigilado), decidió entrar a mi perfil para saber de mí; se dio de cara con una conversación, para nada sexual, en la que de formas muy tiernas y quizá por ello comprometedoras me hablaba con otra chica con la que alguna vez tuve cierto feeling en el colegio pero con la que jamás me di siquiera un beso. Semanas después, jugando Apalabrados en mi iPad, di con un jugador aleatorio online, resultó ser una chica que me pidió hablar por Skype, era gringa, nos vimos por cámara, nos dijimos sandeces morbosas en inglés y me masturbé viéndole las tetas; un episodio que no tuvo mayor relevancia pero que también llegó a sus manos, destrozándole otra vez el ideal que tenía de mí, haciéndome sentir como un culo.

Sabía que la había cagado, lo sabía de verdad. Pero ¿por qué carajos me sentía tan pero tan mal? Su reacción inmediata fue «jamás imaginé eso de ti, yo te tengo en un pedestal», «dejemos así», «no quiero saber más», todo iba encaminado a terminar. ¿Por qué razón no veía en su rostro la calma y la abnegación con la que yo había enfrentado sus errores, aún cuando ella sí se había visto y hasta se había besuqueado con otro?, ¿Por qué su desilusión me pesaba tantísimo y yo no recordaba haber sentido lo mismo, más allá del dolor y la sorpresa de la situación?. Luego de rogarle, de llorarle perdón, fuimos a casa, hablamos y me sinceré. Le dije de bonita forma (no me podía arriesgar a que se enojara más), que era normal que eso pasara, que seguramente habría feeling con otras personas mientras estuviéramos juntos. También le dije que me pesaba tener encima la responsabilidad de ser perfecto, de ser un príncipe, que a veces también me tentaba a fallar, a coquetear, que a veces también me daban ganas de saber qué se sentía no ser el que no rompía un plato… Todo parecía haber vuelto a la normalidad, al status quo. Pasaron meses e incluso años en los que edificar la relación era todo un proyecto de vida. Pero volvió a fallar la cosa, y esta vez por mi culpa. Se avecinaba un viaje a Argentina, me fui a estudiar seis meses con opción de quedarme años. Ad portas de enfrentar una relación a distancia… me comí con mi mejor amiga.

Meses antes de irme, un día en la Universidad surgió una conversación un tanto subida de tono, nos confesamos el deseo de probar qué era tener sexo con tu mejor amigo; todo provino de un artículo en internet que hablaba de la confianza suprema y del fortalecimiento de la amistad a través del compartir escenarios complejos como por ejemplo el sexo. El problema es que dicho artículo no contemplaba que los involucrados tuvieran una relación estable cada uno por su lado, relaciones que ya llevaban entre tres y cuatro años. Puedo decir que a mi mejor amiga la amaba. Pero no era ese amor de pareja, era una amistad demasiado estrecha e íntima que habíamos forjado durante mucho tiempo; no había cosa que no le contase a ella, e inclusive habían cosas que le contaba SOLO a ella pues me sentía más cómodo y como que no me parcializaba como lo hacía el punto de vista de mi pareja. Era una relación muy linda, muy parcera, muy del putas. El caso es que fui un día a su casa por veinte mil pesos que me debía y, a pesar de que la casa estaba sola, desde que entré hasta que me fui la sentí atestada de las bestias y los demonios con los que nos desgarramos hasta el último centímetro de piel… sin pensar. Nada importó, ni su Él, ni mi Ella. Todo se desbocó en ese recinto de techos de madera que convergían en su pequeño y liviano cuerpo, ahora manipulado con fuerza hercúlea y lenguas abrasivas, que licuaron todos los gritos, gemidos, estallidos y embestidas en un cóctel de saliva y sudor.

Al otro día nos vimos en la universidad… y no pasó nada. Es decir, pudo pasar de todo con la mayor normalidad del mundo. Como si nada hubiese ocurrido. Seguíamos siendo los mejores amigos, no se confundieron las cosas. Gozábamos ella, su novio y yo en los mismos escenarios y, a veces, hasta los cuatro, incluyendo a mi novia. Tuve miedo de no poder mirarla a los ojos y a su vez no poder mirar a su novio, pensé que el pecado me delataría, pero no. Lo habíamos logrado, tal como lo predijo el famoso artículo de internet. El sexo entre amigos fortaleció nuestra confianza más allá de lo pensado. Ella no dejó de amar en ningún momento a su novio, ni yo a la mía. Todo lo contrario, cada día los elegíamos con más vehemencia, con más amor. ¿A costa de qué? de habernos acostado, de haberles fallado y de no saber cómo compartirles y confesarles eso, evitando la ira y el miedo de perderlos. Un mes después, encontramos la oportunidad para confesarlo, en medio de un viaje a tierra caliente en el que vivimos un episodio cuasi-orgiástico los cuatro, pero no pasó… No supimos cómo. Yo me iba lejos, así que acordamos enterrarlo, nadie lo sabría jamás, no dañaría nuestras relaciones ni nuestra amistad. No obstante, sabía que entre más pasara el tiempo, más dolería encarar esa verdad sincerándome, así que me opuse rotundamente a enfrentarme a una situación en la que tuviera que escoger entre la mujer que amaba y mi mejor amiga; a ambas las amaba, de forma distinta, pero las amaba. No quería escoger entre alguna, no podía.

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¿Fidelidad o Lealtad?

Me fui para Argentina arriesgándome a una relación a distancia con mi novia. Fue muy lindo, aunque me llevé ese secreto, procuré vivir lo que tenía que vivir. Nos escribíamos, nos mandábamos regalos y detalles de país a país, jamás faltó ese viajero cómplice que alimentaba los detallitos alcahueteándonos los envíos de cositas. Supe estar presente en su cumpleaños a través de regalos, encomiendas y sorpresitas que la asediaron desde que se despertó hasta que se durmió otra vez. Pasaron muchas cosas en Argentina, algunas llamaron mi atención significativamente y revaluaron muchos de los ajustes éticos, morales y culturales con los que yo venía. Por ahora les contaré de dos episodios en particular que tienen gran protagonismo en toda esta historia.

Una noche, trabajando como bartender en High On The Roof, una terraza club muy fancy por Calle Defensa, a unas tres cuadras de Plaza de Mayo, una mujer de unos 35 o 40 años guapísima; me pidió una Caipiroska y mientras se la preparaba me fijé en cómo me miraba de arriba a abajo, lo hacía con cierta perversión, me guiñó un ojo y se mordió los labios, luego me llamó con un dedo y fui, aprovechando la oportunidad para llevarle su cóctel. Estaba con un hombre de más o menos su edad que, curiosamente también me miraba hasta el culo, me escaneó entero y me miraba como con morbo, con deseo. El tipo era hasta pinta, se notaba que hacía ejercicio y pues tenía un aire clasudo muy viril que no me permitía pensar que fuera gay. La situación era super incómoda y yo estaba confundido con esa miradera de los dos.

Todo esto pasaba mientras me preguntaban mi nombre, qué hacía, de dónde era y cuántos años tenía; estaban fascinados con mi «tonada» colombiana. Decidí volver a la barra y en el momento justo de huida la mujer me toma del brazo y me dice «Nos encantás, a mi esposo y a mi nos parecés lindo y pues quisiera preguntarte si a vos te gustaría hacer un trío con los dos». Mil cosas debieron pasar por mi cabeza porque juro que me puse morado de la vergüenza. Les dije, creo que gritando, que NO. Volví a la barra con la cabeza gacha y trabajé toda la noche sin dejar de pensar en eso que acababa de pasar. De vez en cuando veía pasar a la mujer, le veía el culo, las piernas y la cara de bandida que tenía. Me encantaba, no lo podía negar. Notaba cómo me miraba cuando pasaba cerca… pero no. Algo estaba mal. ¿Por qué si yo mismo sabía que un trío era una de mis fantasías sexuales más grandes, no lo aceptaba?. Les juro que no era por mi novia; a pesar de que pensé en ella, no voy a ser tan mojigato para decir que no tuve ganas de aceptar la propuesta en un país donde nadie me conocía. Ese NO poder estaba ligado a otra cosa y no sabía bien qué era. Quizá estaba relacionado con que yo no comprendía cómo algo así se podía proponer a quemarropa (sin si quiera un vinito de por medio), pensaba que para hacer un trío se necesitaba una super confianza de pareja y de amistad con el tercero. Repito, no es que no quisiera, es que la pregunta fue como un cachetadón que me cogió sin estar preparado. Por otro lado, ¿dijo ella «Esposo»? ¿Puede tenerse tanta confianza para pedir sexo a otra persona delante de tu pareja, así como así?. Yo pensaba que esas fantasías eran más comunes en los jóvenes, yo tenía 20 años; esos dos ya eran muy maduros y por la cara y la situación que acababa de vivir, parecían disfrutar del momento, del morbo y hasta de mi pena… con una complicidad envidiable. ¿Qué mierdas acababa de pasar?

Hablé con un amigo, le conté de lo que pasó y le pregunté también aquellas inquietudes que estaban pasando por mi cabeza. El man, cagado de risa, me dice: «Claro marica, si es que acá eso es re normal, aquí se ve mucho lo swinger, muchas parejas son swinger, no son tan mojigatos como en Colombia, aquí no se le ve tabú a muchas cosas que allá sí». ¿Swinger? la última vez que había escuchado esa palabra, si mal no estoy, fue en una nota amarillista o en un comentario de alguien en mi familia, recuerdo que hablaban de algo así como fiestas a las que uno se iba enruanado, de ropa ligera, apagaban las luces y eso se convertía en una culiatón, todos con todos, una joda muy pesada. No me quedé con las ganas, me puse a buscar en internet y encontré cosas interesantes. El plan Swinger consistía, básicamente, en disfrutar de una apertura sexual en pareja, romper horizontes y cimentar la confianza de la relación más allá del tabú de la infidelidad de cama. Fiestas a las que ibas con tu pareja (O solo, aunque cuando es así es mal visto. Se ve como que no tienes nada para compartir pero sí esperas que los demás compartan contigo) y compartías con otras parejas, charlabas, tomabas algo y en medio de la interacción tenías la potestad de insinuar, coquetear, tocar e incluso tener relaciones sexuales con otras personas. Las reglas son básicas, si alguno de los involucrados no quiere, pues todo bien, no pasa nada. Prevalece el respeto y la sobriedad en un ambiente de mente abierta. El resto está sujeto a la imaginación, la apertura de cada quien; tríos, intercambios de pareja, orgías… etc.

Todo me sonaba a bacanal, a sodoma y gomorra. ¿Dónde quedaban los sentimientos, la fidelidad y sobre todo la exclusividad de la pareja? Yo no es que fuera religioso ni mucho menos, pero la idea de fidelidad que tenía también venía con toda una contraparte conceptual, no se entiende lo que es ser fiel si no se entiende lo que es ser infiel, cometer adulterio, «desear la mujer del prójimo» y todas esas vainas con las que la religión y la familia lo previenen a uno. Las prevenciones contra el diablo. ¿Cómo era posible ir con tu novia o esposa a un sitio donde algún man se la comería, donde tú te comerías a la novia o esposa de otro, donde se comerían todos con todos y después como si nada, todos felices, literalmente de «pipí cogido»? Pues no me aguanté, quise saber de primera mano qué era todo eso. Encontré en internet un bar Swinger en Buenos Aires, se llamaba El Gato Negro y era el más recomendado por muchos sitios web, me leí como tres páginas de comentarios y experiencias de las parejas que allí iban. Lo medité unos días y me decidí, a pesar de todo lo que corría en mi mente y de lo mucho que me estaba juzgando por todo aquello que estaba deseando y lo muy en contra que iba de mi relación, algo me decía que tenía que vivirlo a pesar de que ni siquiera ella lograra entenderlo. Un día cogí la línea B del Subte y me fui hasta allá. Pagué 90 pesos la entrada por ir solo (las parejas pagaban 60) y me recibió una mujer de unos sesenta años, me miró de arriba a abajo y recuerdo que algo dijo relacionado con lo rico que era ser visitado por gente joven como yo. Me dijo que fuera a los vestidores y que allá me explicaría cómo funcionaba todo. Metí toda mi ropa y zapatos en un locker con candado, ella me dio la llave y una bolsa plástica de colgar en el cuello en donde metería yo la llavecita junto a tres condones que venían incluidos en el pago de la entrada; luego me dio una toalla para cubrir mi desnudez, me la puse en la cintura y tomé un par de chanclas que me ofreció.

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El recinto era amplio y hasta bonito, tenía mesas y sillones acolchados, muchos divanes más o menos del mismo nivel y sin posabrazos, ya me imaginaba para qué serviría tanta comodidad de los muebles. Tenían baño turco, sauna y un jacuzzi grandísimo en las zonas húmedas. Decidí sentarme en la barra y tomarme una cerveza. El plan era conocer, saber cómo funcionaba y nada más. De repente escucho que me llama una pareja y me invitan a sentarme con ellos y otros dos que estaban en su mesa. Fue un poco chocante de entrada porque estaban totalmente desnudos, todos tenían sus toallas sobre la mesa de centro y charlaban y se reían como si fuera lo más normal del mundo estar con la verga y las tetas al aire. Me presenté y les hablé un poco de mi. Seguramente se notaba lo nuevo y lo asustado que estaba. Ambas parejas tendrían unos cuarenta y pico de años, quizá cincuenta, y las dos mujeres estaban muy guapas aún con la edad que mostraban, yo no dejaba de mirarles disimuladamente las tetas y las piernas, una de ellas incluso se sentaba con las piernas ligeramente separadas y yo podía ver su vagina delicadamente rasurada. Lo más curioso del asunto es que aún era todo muy nuevo para mi y yo estaba nervioso, fuera de base… y por la misma razón ni se me paraba, lo tenía más dormido que nunca. Fue ahí, en ese momento cuando tuve una de las charlas más interesantes de mi vida, a mis veinte años, en una mesa con cuatro desconocidos en bola, vergas al aire y tetas en pompa, con algunos otros a unos metros culeándose a sus parejas o a las de los otros, masturbando, gritando y cagándose de risa en complicidad, cuando me enteré de que fidelidad y lealtad se camuflan como sinónimos pero no son jamás la misma cosa.

En ambos casos, cada pareja había accedido al mundo Swinger luego de años de relación. Ambas parejas tenían hijos en casa y a estos les promulgaban y enseñaban valores en lo que a cuidarse integralmente como persona respecta. Tenían trabajos normales, gustos normales y vidas normales como cualquier otro. Habían llegado al mundo Swinger luego de una monotonía sexual que no implicaba falta de amor, sino justamente la plena conciencia de asumirse en una relación sexual exclusiva que, en medio de la ternura y los detalles, los privaba de otras cosas que tenían que camuflarse como deseo y fantasía. «Feli -me dijo Gabriel- nosotros no decimos que la vida Swinger sea un ejemplo a seguir ni que todo el mundo debería vivirlo. El mundo es un mar de cosas y hay tanta variedad que sencillamente lo más sensato es la tolerancia y el buen convivir. Lastimosamente, el mundo aún juzga mucho y es conservador y religioso y hace de cualquier pavada un tabú. Como yo hay muchas parejas adultas, con hijos y vidas estructuradas que tienen que llevar su condición de Swinger en anonimato; se dan el lujo de disfrutar sus placeres en compañía, conservan su relación y su amor como un núcleo irrompible que se alimenta de las experiencias, del sexo y del compartir con los otros única y exclusivamente para fortalecer ese núcleo. Se son leales el uno al otro. ¿Sabés por qué las relaciones de ahora son tan volátiles y liquidas que terminan acabándose por cosas tan estúpidas como que de repente gustás de otra persona? Pues porque la mentalidad humana se empobreció tanto que limitó la inmensidad del amor de pareja a un tema de cama. De repente haber besado una boca, o tan solo desearla, ya es capaz de envenenar todo lo lindo y maravilloso que pudiste construir con otra. ¿No te parece estúpido? Yo soy swinger porque prefiero tomar lo que muchos consideran un problema y enfrentarlo, disfrutarlo. Asumir las fantasías, los deseos y los demonios de mi pareja como si fueran míos, velar por cumplirlos, por complacerla, de seguro ella hará lo mismo por los míos… ¿y a cambio qué gano? una seguridad, complicidad y confianza que reviste el amor de mi relación y lo hace inmortal. Pensalo bien, Feli, la mayoría de la gente rompe sus relaciones solo por la idea de que su pareja se acueste con otro ¿pero qué pasaría si ese sexo no implica romper el amor y los sentimientos, sino sencillamente cumplir un impulso y unas ganas?, ¿juzgarías solo por que el otro se confiesa humano o preferís encontrar a tu pareja en infidelidad y sufrir solo porque no tuvieron la madurez suficiente de enfrentar un tema que les atañe por el simple hecho de ser seres humanos que quieren vivir y experimentar en la única vida que se les dio?. Yo prefiero ser el mejor amigo de mi pareja y ayudar a cumplir aquello que a ella la reconforta, en todo sentido. Después de eso solo puede quedar el único y más sensato de los miedos, el miedo a que se acabe el amor.» Palabras más, palabras menos, eso me contó, lógicamente con muchas cosas más, pero ha sido esa la conversación que logro tener casi que perfectamente memorizada desde hace más de cuatro años. Fue una tarde inolvidable, sentí que dispusieron de su tiempo para contarme sobre algo nuevo que seguramente aportaría al abanico de experiencias que moldearían mi forma de pensar. Me sentí muy agradecido y en parte avergonzado, les hice perder mucho tiempo que pudieron gastar en uno u otro quehacer sexual. Entrada la noche, y rodeado de decenas de personas en faenas indescriptibles, hirvientes y húmedas, fui por mi ropa, pagué la cerveza y me fui a casa con el paquete de condones más caro de mi vida.

En el metro iba pensando muchas cosas, tenía que dormir. En conclusión mi mente tenía ahora algo que la enriquecía. Al final no había quedado tan seducido con la idea de ser Swinger como con todo aquello que empezaba a conceptualizar en silencio. Muchas cosas que pensé buenas y sensatas en mi educación durante veinte años empezaban a carecer de sentido, parecían simples títulos que servían como máscaras para huir del miedo que implican verdaderos dilemas en los vericuetos de las relaciones humanas. La fidelidad no existe, jamás ha existido, se me antojaba ahora un término sucio e hipócrita, una excusa portátil al alcance de cualquier lengua. Nuestro paradigma sociocultural trajo la fidelidad como una sentencia al infierno, un constante recordatorio del pecado. El credo judeocristiano nos dice que se peca de palabra, obra y omisión; si tienes novia y te gusta fulanita y lo dices, pecas; si te la comes, es obvio que pecas; pero si no lo dices ni te la comes pero lo piensas, también pecas. ¡Jueputa!, estás amarrado por lado y lado. Te obligan a ser un borrego manso que no existe ni en la comprensión del imbécil que escribió ese maldito renglón en la biblia. Eres un ser humano y estás jodido y re contra jodido por serlo. ¿Qué mierda, no? Ahora me sentía peor que nunca. Tenía una novia, la amaba con mi vida, pero resulta que solo por reconocerme capaz de deseos y pasiones que no la incluyeran a ella, terminaba siendo el malparido de malparidos. No tenía nadie que decírmelo, yo lo sabía, yo lo entendía así. Estaba tan metido en el rol del hombre perfecto, el que no pecaba, el amante impoluto de su doncella… que hallarme en esa verdad epifánica me golpeaba recurrentemente en cada partecita de mi, me hacía sentir sucio y despreciable hasta el tuétano.

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Así duré muchos días, con incertidumbre y sintiéndome de lo peor, pensando en que mi novia estaba lejos y que no merecía una persona como yo. Pensaba y re pensaba todo, poco a poco fue llegando una nueva revelación que se me antojaba coherente ante la falta de confianza en la palabra fidelidad. Después del enredo ontológico que causaba el no poder ser fiel ni de palabra, ni de obra, ni de omisión, comencé a contemplar el tema de la Lealtad. Estar por y para alguien sin importar qué, sin condicionar, sin juzgar. Abrazar la infidelidad en pareja y enfrentar las pasiones y los placeres de la vida era algo que me empezaba a seducir. Tener la madurez de reconocer las fantasías y las perversiones del otro, recibirlas de buen grado y usarlas a favor de la relación. Dejar atrás los temas de celos, posesión, atadura y exclusividad para abrirme a un mundo libre y explorar todo sin fronteras desde y para el goce mismo del amor. Ser capaz de entenderme como un ser en constante crecimiento y sin tiempo de mi vida para desperdiciar en dramas maricas que no estuvieran a la altura de un sentimiento sincero y verdadero. Así que me casé con el concepto de lealtad. No recuerdo la fecha pero ahí me casé y ya llevamos juntos unos cuatro años. Elegí la Lealtad por encima de la Fidelidad, no como excusa para hacer a mis anchas, no me malinterpreten. Se puede ser leal en una relación abierta pero también se puede serlo en una relación de dos. Pasa que el término no es castrante, implica un vínculo denso, confianza y seriedad. De por sí siempre que se escucha la palabra «fiel» en una conversación de pareja, automáticamente pensamos en «infiel», van de la mano, parecen una trampa lingüística. En tanto que si dices «lealtad» tiende a sonar algo impecable en tu cabeza, lealtad es una palabra que camina con transparencia, con compromiso y convicción.

La segunda historia es mucho más corta, conocí una chica con la que hubo mucha química, una argentina guapísima. Charlábamos mucho y la tensión aumentaba cada vez más. Ella tenía novio también, pero vivía en Irlanda y la visitaba de vez en cuando, ambos estábamos viviendo un romance latente pero sin mucho que pudiéramos hacer. Hasta que un día, a semanas de que mi novia me visitara en Argentina, fue hasta mi habitación y, así como en las películas, se quitó un gabán y me mostró su cuerpo desnudo… piel blanca, delgada y con unas tetotas que parecían de mentira. Me tomó la cara y me besó. Inmediatamente la empujé con fuerza y le dije que se fuera. Era la segunda vez que me negaba a una experiencia sexual que tenía en la palma de la mano. Estuve a menos de un segundo de decirle que lo sentía, que entrara de nuevo y que nos deshiciéramos vivos en mi cama, ganas no me faltaron, era muy linda y no me era indiferente… pero no pude, mi novia vendría pronto, yo la amaba, la estaba esperando. Mi cuerpo, mi alma, mi todo la esperaba. Yo no podía hacerle eso (¿qué paradójico, no?. Me había metido con mi mejor amiga antes de viajar y no podía hacerlo con otra persona). Ya en ese punto, yo no sabía cómo manejar mi moral.

Pasarían unos meses para que la relación se acabara por asfixia, efectivamente me visitó en Buenos Aires y era obvio que en ese lapso de tiempo estando separados hubiesen surgido muchas inquietudes respecto a la vida del otro estando solo. Me decidí por sincerarme. Mala idea. Quizá no fue el qué sino el cómo me sinceré con ella. Empecé a contarle tantas cosas que viví, que aprendí y que ahora modificaban mi punto de vista respecto a muchas aristas en las relaciones. Abogué por mí mismo y le confesé que sí veía a otras mujeres con deseo, pero que no por ello dejaba de amarla, que era complejo para mí no saber cómo manejarlo entre los dos y que quizá me tentaría probar algo de esa libertad junto a ella, aclarando, por supuesto, que no dependía de ello, es decir, que si ella no estaba de acuerdo, no pasaba nada. Solo le confesé mis curiosidades. Todo ese rollo devino en un catastrófico rompimiento en el que quedé como alguien que «pedía peras a un árbol de manzanas», seguramente la abrumé con tanta información y ella llegó a la paranoica conclusión de que yo había cambiado mucho con tanta vaina que viví allá. Esperaba que pudiese comprenderme y ponerse en mis zapatos, de ser así, hasta le contaría lo que pasó con mi mejor amiga antes de viajar, pero no. Una frase conocida llegó de nuevo en medio de su paranoia «…si yo supiera que te metiste con otra persona, no lo perdonaría. Esto se acabaría.» mi intento de sinceridad se vio frustrado y se convirtió en un veneno sutil que poco a poco acabó con todo.

La vida nos volvió a unir luego de seis meses. La busqué yo. La conquisté de nuevo y empezamos con una fuerza increíble, nada nos paraba, yo me sentía en el nirvana. Pasarían muchas cosas que no vale la pena traer de vuelta, que se podrían resumir en que con lo perfecto, lindo y príncipe azul que yo era para ella, la seguía amando inmensamente… pero también la seguí cagando. No me tilden de hijueputa, no se trata de eso. Ella también lo hizo, la cagó tan feo, tan profundo y tan descaradamente como yo. La vaina es que ella nunca nunca fue buena con eso de «ojos que no ven, corazón que no siente», siempre siempre se dejaba pillar, jamás había conocido a alguien tan torpe para hacer alguna cagada; no estoy haciendo apología al adulterio ni a la mentira, pero marica, yo hacía años que había cometido mi pecado y me encargué por todos los medios de tenerlo en secreto hasta encontrar una oportunidad para confesarlo o bien, enterrarlo conmigo en la tumba. Ella siempre, pero siempre daba papaya. Puedo jurar que yo le serví de experiencia para aprender a no mentir nunca… en mi caso, mi ejercicio personal es este blog. En fin. El ego de hombre me ardía como un putas, yo no podía concebir aún una infidelidad así. Igual, con todo y lo descarado que me pareció, con la ingenuidad, la estupidez y el abuso que hubo en la situación, no dejaba de pensar en que no podía reclamarle nada; aún con todo lo que pasó yo la seguía amando. Además pude ver la cosa con un poco de perspectiva y de verdad pude entenderla. ¿Si yo logré disfrutar y asumir un goce sexual con una amiga y a la vez comprender que eso podría quizá pasar con más personas, sencillamente porque la atracción entre dos seres humanos es NORMAL, por qué ella no?. Con dolor en el ego y en el alma pero con la sensatez y la fe más grande la perdoné, le fui leal una vez más. ¡Entendí que era el momento para confesarme por fin! estábamos a mano, la habíamos cagado igualito, no quería culpas que pesaran más en ninguno de los dos casos… y todo se frustró, otra vez.

La situación había llegado a un punto crítico, ella ya no quería saber nada de nada. Se desmoronó cuando la enfrenté, cuando pillé su falla. Por última vez me dijo llorando aquello que tanto odié: «no quiero que me perdones, ¿hasta cuándo tenemos que seguir así?, ¿hasta cuándo quieres que yo te siga destruyendo con tantas cosas que pasan?. Soy una hijueputa contigo y tú no lo mereces. Mereces alguien que te quiera, que te valore… Yo no entiendo a dónde quieres llegar por amor, yo me conozco, sé hasta dónde llegaría por mi propia dignidad, sé qué haría y qué no haría por amor. Tú eres un príncipe, eres un ser hermoso, no te equivocas, siempre me perdonas. ¿Hasta dónde vas a llegar aguantando tanto? Si yo supiera que tú te metiste con otra mujer, si estuviera en tus zapatos ahora mismo, terminaría con esto, se acabaría todo.» ¿Qué harían ustedes? Ese maldito título me tenía condenado. Mi miedo más grande era perderla. Cualquier cosa que amenazara con sepultar la relación me generaba el pánico más profundo. No me voy a victimizar; lo peor del caso no es que me pongan el título, lo peor es que era yo mismo quien me metía en el papel. Yo mismo me autodefinía en ese hombre envidiable y ejemplar que jamás se equivocaba, que jamás se tiraba un pedo. Era yo y solo yo quien embolaba los zapatos, planchaba y lucía ese hijueputa traje de Príncipe Azul. Y por miedo a la verdad, por miedo a la soledad y al desamor… Me dejé, desde un principio, comer vivo por él.

No, la relación no acabó ahí. La tusa duró poco y volvimos a reponernos y todo fue hermoso de nuevo. Finalmente otras circunstancias que requirieron de nuestra total madurez lograron hacernos ver que el ciclo de nuestro amor había acabado y todo lo aprendido sería por siempre la riqueza más grande en esa escuela que vivimos por siete años. Si se lo preguntan, sí, la verdad salió a la luz, tarde pero salió, quizá en el momento adecuado. Pues supimos enfrentarla y a decir verdad no dolió tanto, no hubo tanto drama, nos pudimos ver a los ojos y reconocer que los tropiezos jamás fueron más grandes que la pureza del amor que un día comenzamos a vivir. Lo que aprendí durante tantos años de esa relación no lo cambio por nada. Todos y cada uno de los momentos que sirvieron para mal o para bien, forjaron lo que soy como persona y cómo percibo la vida hoy. La verdad, como el agua siempre busca salida por donde sea. Es la verdad y la sinceridad el estandarte más poderoso en la vida, duele a veces, pero el dolor enseña. Hoy puedo verla y agradecerle por cada momento vivido, la tercera parte de mi vida lleva su nombre. Y gracias a ella y al amor tan puro que sembró en mi, aprendí con el tiempo a amar con intensidad lo más maravilloso e increíble que puedo ser cuando brillo pero también lo humano que soy cuando fallo. Poderse hablar, mirarse a los ojos y encontrar en el otro un amigo incondicional, un ser que estará por siempre a disposición honrando ese amor gigante que nunca muere, será siempre el tesoro más grande que ambos podremos llevar como fruto de lo que un día fue.

El pecado y el poder de Eva

Con lo que les acabo de contar, llego a una reflexión que no puedo soslayar y que esperaría todos los hombres que lean esto, puedan entender y cambiar, a consideración mía, por el bien de la humanidad:

No es la mujer la responsable del Karma o la maldición del Príncipe Azul. Somos nosotros mismos como hombres, nadie más. Es tan sencillo como que ellas nos lo ofrecen, en virtud de una serie de condicionamientos culturales bajo los cuales están educadas las mujeres en occidente, y nosotros decidimos si aceptamos o no. Como si se tratara de un dulce del que podemos comer, o prescindir si no nos gusta. Eso es clave acá. No quiero justificar, ni dar apologías al engaño, a la traición ni al sufrir de una persona por lo muy o poco cabrón que se pueda ser a pesar de mil teorías que lo justifiquen y en esto me estoy incluyendo, por eso pago con mi experiencia y mi historia en esto que escribo.

Por un lado tenemos a nuestras mujeres, digo nuestras refiriéndome a que las inscribo junto a mi en un mismo contexto sociocultural, que han sido criadas por Disney y sus princesas. Jugando, alabando y deseando ser siempre una de ellas, siendo rescatada del dragón, en la torre más alta y por el príncipe encantador que jurará amor eterno, ausencia de pecado y miradas furtivas a otras doncellas. Una idea pendeja que se heredó del Amor Cortés que nace en la literatura medieval y renacentista en la que se pondera al hombre como capaz, hábil y poderoso pero revestido de cortesía y galantería para no contrastar con lo incapaz, débil y sumisa que se verá la mujer a su lado. Mujer que el mundo jamás recorrerá como él en sus caballos, mujer que no sabrá de las otras tantas con las que contra dragones compite por comerse. Yo estudio literatura, sí señores, y de poesía amorosa puedo decirles mucho. No hay siquiera que perderse lejos en la historia. En Cien Sonetos de Amor de Pablo Neruda, se ve exactamente la misma mierda. Matilde es una inútil y no porque así lo sea, sino porque el amor que la dibuja la hace ver así, como una pendeja… Una de esas que gustan cuando callan porque están como ausentes, como que no viven, como que no importan. ¿Ustedes creen que al príncipe azul de los cuentos no le crece barba al amanecer? ¿Creen que no caga, que no le huele la boca a feo de vez en cuando? Si algo les puedo jurar, es que el príncipe de los cuentos conoce más coños que un ginecólogo. ¿O acaso creen uds que solo habrá una princesa que le abre las piernas cuando lo ve gallardo, galante e imponente en su caballo? ¿Creen uds que uno como hombre no goza momentáneamente de ser galardonado por ustedes con el hermoso trajecito? Sólo piénsenlo. Pintar al hombre como Príncipe no solo lo valoriza en lo personal, también lo sobrevalora frente a las demás. Lo hace más apetecible, más imposible, más ideal. Es como si uds mismas ayudaran a venderlo mejor, y lo logran. Hablemos de la realidad, hablemos de hoy, hablemos del siglo XXI y la liberación sexual en la que las relaciones sinceras poco empiezan a importar. ¿Qué mujer no sueña con bajar del pedestal a ese hombre divinizado para comérselo en silencio, quizá hasta mamárselo solo un ratico y luego ponerlo en su sitio, con su doncella ciega y celebrar una victoria aplaudiendo bajo la mesa? ¿Acaso no han visto cómo las demás las elogian por ese novio maravilloso y perfecto que tienen, o en su defecto son ustedes quien elogian a ese hombre ajeno en voz alta y en las noches se masturban en su ojalá no tan imposible nombre?

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Pero eso no es nada. Por el otro lado también estamos hechos, somos hombres que por la misma formación sociocultural, asumimos a las mujeres como un sinónimo de pecado. Al fin y al cabo fue Eva la que comió de la manzana y nos ofreció, ¿verdad?. Todo es una perfecta payasada porque como nos dejamos vestir de Príncipes asumimos aún más fuerte el rol de macho proveedor, protector y poderoso. Esto no puede ser otra cosa que el motivo por el cual nos asumimos en capacidad de perdonar las fallas de una mujer, aún cuando el dolor que estas causen pueda pasar por encima de nuestro amor propio, de nuestra integridad y, obviamente, de nuestra dignidad. Asumimos a la mujer como una constante pecadora, al tiempo que nos pontificamos como sujetos ideales dignos de cualquier medalla de honor al amor sincero y poderosamente compresivo. Pareciera que nunca hubiéramos comido de la manzana prohibida y solo estuviéramos acompañando a Eva en su sentencia, compadeciéndonos de ella y ayudándole a que su condición de culpa fuese más llevadera. Esto no es de ahora, es un comportamiento cultural e histórico, heredado casi que en los testículos de cada congénere. Y la vaina es que si lo miran a fondo, revela un secreto a voces que todos los hombres sabemos, pero que ninguno enfrenta. Es la mujer y solo la mujer la que tiene el poder. El machismo, el patriarcalismo, el poderío de los hombres es un acuerdo tácito en el que la hembra le autoriza y le concede ese uso de poder. Ella y solo ella puede afirmar o poner en duda la virilidad de su hombre y esto es todo un fenómeno social.

¿Conocen la historia de Rasputin en la época del Zar Nicolás II de la dinastía Romanov en Rusia?, ¿Han escuchado la canción Rasputin de Boney M? les sugiero que la pongan y aprendan un poco de historia con lo que les voy a contar. La familia Romanov de la película Anastasia realmente existió, pero en su historia hay algo particular que las películas de princesas jamás podrían explicar. Parte de su letra dice así:

There lived a certain man, in Russia long ago
He was big and strong, in his eyes a flaming glow
Most people looked at him with terror and with fear
But to Moscow chicks he was such a lovely dear
He could preach the Bible like a preacher
Full of ecstasy and fire
But he also was the kind of teacher
Women would desire

Ra ra rasputin
lover of the russian queen
there was a cat that really was gone
ra ra rasputin
russia’s greatest love machine
it was a shame how he carried on

He ruled the Russian land and never mind the Zar
But the kazachok he danced. really wunderbar
In all affairs of state he was the man to please
But he was real great when he had a girl to squeeze
For the Queen he was no wheeler dealer
Though she’d heard the things he’d done
She believed he was a holy healer
Who would heal her son

El museo de Sexualidad y Erotismo conserva en formol el miembro viril de Rasputin.

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Sí, tal como lo leen. En un tarro en algún rincón del mundo, está la verga del consejero del Zar de Rusia. Y no cualquier verga, ¡LA VERGA! Una vaina que en estado erecto podría medir más de treinta centímetros. ¿Y por qué es tan importante el pipí de Rasputín aquí? Pues porque explica a gran escala, a escala histórica y aristocrática, la verraca mañita de todo Adán al creerse en la facultad de perdonar y obviar la lascivia y el «pecado» de una mujer. Se dice que el mismo Zar Nicolás II solicitó a Rasputin la labor de satisfacer sexualmente a su esposa, la Zarina. El Zar no lo lograba, no se sabe si porque no lo sabía utilizar o porque definitivamente lo que tenía entre las piernas era un maní quemado. Y vaya que la presión tuvo que ser grande. ¿Se imaginan ser el monarca de un pueblo, el rey entre los hombres y correr con el miedo de ser desacreditado como varón frente a todos ante la incapacidad de complacer a una mujer en la cama, a su esposa?. Sí, el monarca era un hombre, pero bastaba la queja de una sola mujer para tumbar al piso su condición de género, su poder y convertirlo en el hazmereír.

El Zar «perdonó» el pecado de su Zarina, la compensaba con una verga ajena que la satisficiera y así evitaba el escándalo. Mantenía un delicado equilibrio que, tras bambalinas, suponía ser un Príncipe, un Hombre Ideal en todo sentido, cuidando de su libidinosa y pecadora doncella con la ayuda de un único y seguro amante capaz de retenerla (de formas placenteras) para que esta no buscara otros hombres, otras lascivias que lo desacreditaran a él más de lo que ya estaba. En este punto todos entenderán que aún cuando el patriarcado impone las leyes, todos y cada uno de los machos patricios de este mundo se rigen por una única y universal ley: complacer a su mujer. Quien no lo haga está en tela de juicio, y en tela de juicio ya no es un «hombre». No quiero decirlo para ponderarlo, pero en muchos casos pareciera que quien tiene la verga más grande es quien manda, por algo en el gremio militar quien más autoridad tiene es quien tiene el pecho más lleno de lanzas, de falos. Por eso el Príncipe Azul tiene fama, por eso nos funciona esa farsa. El Príncipe se deja vestir por una doncella y así mantiene el status quo, así se corona como el único y el perfecto de una sola mujer. Ojalá una virgen o sin mucho recorrido, ya que al no tener experiencia es más fácil de manipular. El hombre teme el juicio de la mujer fácil. Si una mujer ha estado con muchos hombres diferentes, puede juzgarlo a él, y por lo tanto, puede poner en riesgo su masculinidad. La mujer virgen no ha estado con nadie y el hombre junto a ella se siente seguro.

Recapitulando todo esto, entendí cómo el esposo de aquella mujer guapa que me pidió el cóctel aquella noche y los tipos con quienes hablé en el Gato Negro estaban por encima del bien y del mal en la situación. Entendí cómo se supieron quitar el traje de Príncipe Azul para beneficio propio y de sus relaciones. No se quisieron exponer a poner su masculinidad en tela de juicio, ya sea por no complacer o por enterrarse en la monotonía y de paso enterrar a sus mujeres en ella. Fueron un paso más adelante, abrazaron de la forma más madura sus perversiones y su libertad. Se pusieron en el papel del Zar, y no por tener la verga pequeña, sino porque entendieron que el placer que importaba en el mundo no era únicamente el del hombre. Valoraron la sinceridad y en pareja le apostaron a complacer a sus mujeres. La ganancia era enorme, una unión y complicidad irrompible; seguirían siendo el mejor amigo, el alcahueta, el amante y el mejor rey para sus reinas; ya ni la virilidad peligraba por ser cuestionada.

Apuntes finales

Luego de todo esto solo me resta decir que aquello que acaban de leer NO es una sugerencia, ni una orden, ni mucho menos un manual de instrucciones para entender y proceder en sus relaciones. No pongo mi opinión por encima de la de nadie y no postulo mi idea del amor como mejor o más prudente que otra. Esto no es ni un poquito de lo que siento y comprendo por Amor como la fuerza absoluta, como el verdadero dios. Aquí solo saco pedacitos de lo que soy, cositas que merecen ser contadas, sobre todo para dar a entender que como hombre no todo es tan sencillo. Nosotros también tenemos complejidades, también obedecemos a los devenires de la educación, de la sociedad y de la cultura en la que nos formamos. El tema del Príncipe Azul, para mi fue muy duro, aún lo es y aún trato de escapar de ese estigma de género que acecha por todos lados. Soy humano y me he equivocado. Lo que viví en esa relación me enseñó mucho y si me dieran a escoger, volvería a elegir esos siete años con todos los problemas que vinieron. Todo pasó porque así tenía que pasar y de ello aprendí, de eso soy hoy.

Soy un man de verdad, no soy un bicho de circo ni el tipo ideal. Estoy lleno de realidad y dilemas como cualquiera, y en este momento de mi vida apuesto por la sinceridad conmigo mismo, apuesto por la verdad. Amo con intensidad y creo en las relaciones duraderas, en la ternura, en los detalles, en las flores, en la incansable voluntad de enamorar a esa persona que te enloquece; no por ello dejo atrás mis perversiones, soy todo un hedonista empedernido, catador de coños confeso, me gusta hacerlo en lugares donde corra el riesgo de ser descubierto, a veces no quito los cucos, los estiro hacia un lado del culo porque en cuatro eso se ve rico y a veces los rompo, doy nalgadas y halo del cabello diciendo cosas sucias y morbosas, que también mezclo con miel y dulzura, que también dedico y sé envolver en cartas de amor y con chocolates. Disfruto de ver una sonrisa sincera que se corresponda con la mía, de un beso inocente como de uno mordido, de unas manos entrelazadas por la calle como de un apretón de nalgas y una estampida de hormonas. Soy un tipo que disfruta del sexo en su totalidad, no lo veo solo como el placer de la carne, sino como algo que trasciende, algo que merece ser vivido, reivindicado y gozado con cada respiro. Lo gozo tanto como una mujer. Sí, las mujeres también gozan de culear. Y me gusta que lo acepten… me gusta que se salgan del cuento de hadas. Me gusta que lo vivan y lo asuman con realidad, con fallos, con deseo y con divina humanidad. Ahí está el secreto; ahí no entra Príncipe alguno. En la honestidad que supone entregarse humanamente al otro, en virtudes y defectos está, a mi modo de ver, el néctar más puro de la vida y el saberla compartir.

La sincera aceptación de lo que el otro es, ha sido y ha dejado de ser; la vehemente voluntad no de persuadir, ni halar sino de mostrar siempre una oportunidad; el constante y consciente acto de reflejar tanto la virtud como la oscuridad del otro; darse como canal para aprender y superar los obstáculos a través de la complementariedad; el permitirse dudar, fallar y caer, pero al mismo tiempo abrazar, abrigar, ayudar a levantar y comprender; el descubrir la infinita y maravillosa libertad de Ser en soledad pero también de Ser en compañía; el enamorarse del otro a través del enamorarse de sí mismo; la divina danza del complemento y no del completar… Y la increíble lucidez que brota del corazón al entender que estas premisas no obedecen solo a la relación de dos almas que se aman, sino a las lluvias y las semillas, a la guerra y las enmiendas, a los sueños y a las estrellas mismas y su singular e increíble forma de relacionarse con la única vida que nos fue otorgada, es la más poderosa de las serendipias que encontré perdidas en la entropía.

Se nos dio una mente que controla, que lee, organiza e interpreta; una mente que mide, calcula y fabrica lenguajes, ideas y formas de asumir y expresar lo que nos rodea, a veces cayendo en el error de los dogmas y los absolutos. Pero la vida ha sido tan sabia que brindó al hombre un corazón capaz de escuchar músicas, llantos y alegrías; de ver sombras, miedos y fantasmas en los eternos ojos de niño de los seres humanos; de fabricar así mismo alegría, cura, compañía y fuerza de sanación; un corazón capaz de convertir la intuición en convicción… Y es que cuando algo nos alegra, tiembla el pecho, cuando algo nos duele, tiembla el pecho, cuando algo nos mueve los monólogos y nos rompe las máscaras, nos tiembla el pecho, cuando hacemos el amor y amamos la dicha de los ojos que miran nuestros besos, y llegamos al orgasmo y nos venimos, y sudamos, y gritamos, y abrazamos y agradecemos a la vida por ese otro ser que nos saca de lo terrenal… ¡Carajo, pues nos tiembla el pecho, el alma, el corazón y el mismísimo amor!

Ese es el secreto de la vida, el que no nos quiere nadie contar. La cabeza es una máquina de fabricar idioteces, nos ayuda a pensar, es una cámara de la vida y también es bueno tenerla sana, pero si no la conectamos con el corazón, de nada te sirve más que para peinarla. Es un proyector de películas que nos ahogan y nos embriagan a punta de Ego. El verdadero centro de entendimiento y Sensibilidad está en el corazón… acuérdense del Principito, él lo dijo hace mucho, pero como es un niño nadie lo toma enserio. No estoy en contra del amor ni de sus mieles, para nada. Que viva el idilio siempre, ojalá no muera nunca la fantasía ni la magia. Pero que viva nutrida de realidad, no de seres utópicos que envenenan el factor humano que nos hace siempre únicos. ¡Hay que pensar, sentir, vivir y hacer el amor con realidad siempre! Si no, ¿para qué? ¿Si dos cabezas piensan mejor que una, no creen que dos corazones también sienten mejor que uno?

Qué jarto aparentar, qué mamera no poder sacar un hijueputazo de vez en cuando, qué frustrante no poder mirar un buen culo aún cuando vayas cogido con el amor de tu vida por la calle. Nada de eso. Y no con esto insto a que las relaciones se vuelvan unas bacanales, solo espero que las saquen de lo que no son. Como raza, como especie y como fenómeno de vida somos increíbles, ¿Por qué sentir culpa del deseo y la atracción hacia otros? Considero mucho peor el reprimirse. Todos aquí somos animales y bajo el instinto nos regimos más de una vez al día; tanto se goza del sexo dulce y tierno como del salvaje y pervertido, lo disfrutamos todos, sin excepción de género. Abajo el Príncipe Azul, sáquenlo y pónganle cero. Abajo las mujeres que los buscan, abajo las y los incapaces, los que se ocultan en la hipocresía, los que se mienten a si mismos para manipular mejor, abajo esas máscaras perfectamente peinadas, de porcelana y sin una gota de sudor en la cara, abajo porque no son de verdad, porque no existen más que en el imaginario medieval, misógino y mojigato de lo más falso de la sociedad. Arriba la parcería de una pareja de enamorados, arriba las charlas filosóficas de sinceridad absurda postorgasmo, arriba la valentía en las confesiones cuando fallas, arriba las lágrimas de aceptación, tolerancia y perdón. Arriba esos valientes que entienden que el placer y la fantasía de una mujer también vale y que no se imponen como los dueños absolutos del orgasmo. Arriba todo aquel que tenga las güevas de parar en medio de un polvo porque siente que se va a venir pronto, porque quiere permitirse un disfrute equitativo, una fiesta sexual en la que los dos y no solo uno se acuesten a dormir exhaustos y enamorados. Arriba todo aquel que sepa agachar la cabeza y pedir perdón si en algún momento causó daño, arriba esos valientes que con humildad entienden que el amor jamás será un cristal perfecto. Arriba el amor que se exalte siempre desde el aprendizaje mutuo, el constante caminar juntos pero no revueltos. Que vivan las coincidencias y las ternuras que a la luz de la luna se vuelven pasiones de lujurias cómplices… Que viva el amor, el amor de verdad, el amor de la realidad.

15 comentarios sobre “El Karma de Adán

    1. Mi primera lectora, gracias a usted. Gracias porque por usted las ranas cantan lindo y cantan lejos, lejos en tiempos y lejos en distancias. Espero seguir escuchando esos cantos por mucho tiempo y con guitarras improvisadas.

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  1. Grande Felipe! Desde México te digo que jamás había teorizado algo así como lo del príncipe azul. Siempre se cae en el cliché de no desearlo pero acá lograste conectarlo con tantas cosas!… Eres un genio, por favor no pares!

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    1. David, gracias! Genio no, no todavía. La vaina esquelética bajo los clichés hay muchas cosas que desentrañan tanto de lo que jode el mundo. Cuando encuentres uno no dudes en mandármelo. Algo me inventaré! Un abrazo!

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  2. Creo que soy tu lectora más fiel! Esta vez no estoy con mi hermana, pero en cuando la vea le mostraré esta maravilla…Te juro que me encargaré de que esto lo lea el mundo entero! Enhorabuena, chico!!!!

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  3. Sigo tu blog hace unos días. Soy de Medellín y estudio literatura como tú. La verdad no sé qué decirte, siento que esto que acabas de escribir es fuerte, me cuestiona y me genera un debate interno muy enriquecedor. Siento que encajo en esa mujer que sé que no quiero ser y que hoy leí personificada en tu historia. Siento que me diste un poco de esa realidad que tanto necesita el mundo y el amor. Paso por una situación difícil, un desamor. Me hizo falta leer esto para encontrar una luz de entendimiento. Felipe, el mundo necesita cambio. El mundo necesita que alguien grite e incluso escriba pidiendo por ese cambio, empezando por lo más mínimo, por lo más cercano, por lo único que todos tenemos a la mano, el amor. Soy fan de tu historia con Emebé, qué cosa más hermosa… qué fortuna un fenómeno mágico con tanta Realidad.

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    1. Me halaga enormemente que alguien pueda sentirse identificado en lo que escribo, me hace sentir real. Jajaja Jamás serás más fan de Emebé que yo… Y sí, ella lo lee, seguro apreciará mucho esto que mandas. Un abrazo y gracias!!

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  4. Hay cosas en la vida que uno lee por desocupe, coincidencia de sentirse identificado o verdadero interés. Lo interesante es experimentar las 3 progresivamente en un solo texto. De principio a fin con los ojos enormes de sorpresa, y más allá del talento evidente, por el valor aún más grande del significado de esas palabras. No sólo en sí mismas sino para uno mismo, como humano, y en mi caso como mujer. Una de tantas que se ha preguntado mil veces si está equivocada o si tiene la moral torcida.
    Vea que es casi imposible encontrar quien tenga el valor de apelar a lo humano en la misma intensidad que al ideal romántico. Y yo voto por quien abogue por eso jajaja. Genial Felipe, simplemente Genial. Abrazo!

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    1. Tuve mucho conflicto al escribir este post. Me enfrenté a muchos fantasmas y a mucho pasado en los que también me encontraba con la moral torcida. Fue un ejercicio de catarsis. Lo interesante de la vida, más allá de gozarla en el disfrute prefabricado, es reflexionar, meditar y transformarlo todo. Desbaratar los paradigmas y en ellos desbaratarse a uno mismo. El objetivo será siempre despertar menos ciego cada día. Sospecho que en eso están la realidad, el vivir y también el amor. Gracias por tus palabras! Un abrazo de vuelta!

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  5. Pienso que las casualidades no existen y ciertamente para conocer la luz no hay manera si no conoces la oscuridad… Divertido y refrescante escrito lleno de verdad para unos y escandalosa sinceridad para otros, no existe «lo bueno y lo malo» solo existen cosas buenas y cosas. Me gusta escribir también así que he invertido bien estos minutos. No recomiendo cualquier cosa así que me permitiré recomendar este escrito a una persona que sé, lo va a apreciar… Y si, somos las mujeres quienes hemos construido los príncipes, por causa de una educación impuesta a las malas de perfección, del pensamiento mágico femenino. Éxitos con esta bella labor.

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  6. Hay que tener huevos para bajarse del pedestal de ‘principe encantador’ que toda chica anhela conocer (porque aunque muchas nos hemos quitado la venda de los ojos, (es verdad me incluyo), sabemos que en el fondo nos gustaría algún día encontrar a ese hombre perfecto e intachable). Reconocerse como un humano cualquiera, con los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida no es fácil, ¡ERES un crack!

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  7. Siempre que te escucho hablar o en este caso que te leo lo digo , eres muy PRO , si sacas tu libro acá tienes una fiel lectora.. Me encantó y me identifique con más cosas de las que esperaba hacerlo , y se que más de un@ se sintió igual. Gracias por cambiar un poco mi día , y quizá mi forma de ver la fidelidad y la lealtad. Un abrazo pipe ❤

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  8. Creo que no se perdió el tiempo calificando sus ensayos y corrigiendo una que otra coma o tilde mal puesta. Uno pensando que el muchachito iba a ser un almita de dios! Interesantes su aventuras!
    Felicitaciones Señor Bravo

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