Sushi con Chocolate

No sabía cómo empezar esta historia, básicamente por dos razones; la primera (tengo que aceptarlo) el conflicto moral para muchos, el tabú que abordaré; y la segunda, literalmente lo complejo que supone describir una experiencia como esta en palabras. Entre otras cosas, escribir sin seudónimos ni anonimatos culos es algo que me permite enfrentarme a mí mismo. Más allá de lo jocoso o catártico que pueda ser aquello que se pueda leer de mi, esto es un ejercicio para encontrarme con mi Yo de verdad, el real, el que también llora, el que no es ni bueno ni malo sino simplemente Es… no con el que no rompe un plato, no, a ese ya se lo llevó un perro en la jeta hace tiempo.

No sé si les pasa a ustedes, no sé si seré el único, pero les contaré que durante muchos años tuve un rechazo acérrimo a las drogas y todas las sustancias psicoativas habidas y por haber. En mi vida fui testigo de situaciones dolorosas muy cercanas que con el paso del tiempo se volvieron flagelos y, sumados a los valores tradicionalistas y godos de esta tierra que me dio la vida, forjaron conceptos muy castrantes, juicios de valor muy cerrados que solo me permitían juzgar. De pequeño nadie me tuvo que persuadir de no probar drogas, de no recibir «dulces de extraños en la calle», nada de eso. Yo solito ya tenía muy interiorizado que el dolor y los dramas que había visto muy cerca de mi no los quería repetir ni mucho menos causarlos siendo yo el protagonista de una adicción o algo peor; porque entre otras cosas, hasta mis veinte años vivía con la idea de que comprarse un cacho de marihuana era lo mismo que comprarse un boleto directo a las ollas de la calle del cartucho, condenarse al lumpen de la sociedad e inscribirse en el hampa de por vida, como si fuera una maldición.

Saber que alguien cercano a mí se fumaba un bareto, se metía una pepa o probaba cualquier otra cosa ya era razón suficiente para juzgarlo, para condenarlo y perder toda clase de interés en dicha persona. Los asociaba con algo malo, con algo que se «desperdicia», con alguien que de repente «ya no valía tanto la pena»; pensaba que había que ser un idiota para desear probar alguna de esas sustancias, de repente ya ni los frecuentaba, ya no me importaban, casi que empezaba a olvidar sus nombres con facilidad, en mi cabeza solo eran algo muy cercano a la escoria social y yo me sentía en pleno derecho de mirar por encima, de ponderarme como mejor, como una persona ideal que no dejaba de lanzar preguntas y juicios maricas «¿Será que en su familia no lo quieren?», «Debe tener problemas en su hogar», «Debe tener padres adictos o alcohólicos», «Esa platica se perdió», «Terminará de delincuente o muriéndose en la calle». Jamás pude hacer mejor gala de una mente tan obtusa, inmadura y poco tolerante.

Mi punto de vista empezaría a cambiar drásticamente luego de mi estadía en Buenos Aires (sí, de nuevo la reveladora Buenos Aires). Durante los meses que estudié allí, viviendo solo por primera vez en mi vida, empecé a ser consciente de tantas cosas que sucedían a mi edad cuando se está fuera de la burbuja familiar, de la casa, de la comodidad. La autonomía empezaba a germinar en mí y con ella un abanico de posibilidades se me ofrecían de la nada, estaba en mis manos estudiar, procrastinar, llegar temprano a casa, irme de farra, perderme en vicios, comerme a mil viejas… nadie tenía que decirme qué hacer, y en cierta forma fue un buen ejercicio, pues puedo decir que me «me controlé» y logré entrenar mi responsabilidad con respecto a mis prioridades, cosa que suele no suceder de la misma forma estando en la zona de confort de tu familia en casa. Buenos Aires es una ciudad 24/7, te ofrece desde los planes más ñoños hasta los más sórdidos; es una urbe de estudiantes de muchas nacionalidades que enriquecen esa gama cultural en parches diurnos como nocturnos; hay tantas cosas por hacer y de tantas índoles que, reitero, está en tus manos enriquecerte en la excelsa vida universitaria y cultural o hasta podrirte la sangre con drogas y alcohol.

A decir verdad mi primer atisbo de curiosidad por probar alguna droga nació allá luego de ver cómo hasta mis profesores salían de clase y se echaban su porrito. Sí, las eminencias de la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires se soplaban su cachito con todo el caché y la alcurnia que demandaba el caso. Ya no me parecía tan ñero, tan paila. Quise casi que vestirlos con busitos de capota GAP en mi mente, pero no pude, el cacho de marihuana no les quitaba lo geniales que ya eran siendo académicos de su talla. Sin embargo la curiosidad quedó allí, a pesar de que le conté a mi novia acerca de aquella nueva curiosidad y ver que ella no la compartía, seguí mostrándome renuente a probar algo, aún no estaba listo. Pasarían meses hasta que yo probara por primera y única vez un trip (que me encantó) mientras trabajaba como mesero en Andrés Carne de Res… y pasarían unos cuantos años hasta sentir cómo se me olvidaba hablar, cómo todas las palabras eran ahora un lenguaje indescifrable e intraducible, cómo mi boca se deshacía con cualquier comestible y sobre todo, realmente por encima de todo, cómo la música se podía fusionar en mi cuerpo haciéndome un ecualizador humano mientras los brazos, las piernas y hasta las cejas se apropiaban de forma independiente de los ritmos, los beats, los bajos y los altos (como si mi cuerpo ahora procesara los sonidos en formato de cinco canales como el Dolby Digital 5.1 de cualquier Home Theater) de aquella emisora de música electrónica que sonaba aquella noche en el apartamento, allá con mis amigos judíos en Boston.

-En quince días me voy de mochilero con mi mejor amigo

-¿A dónde van?

-De hecho estamos buscando dos personas más que se nos peguen. Bajamos por Pasto a Ecuador, Perú y Bolivia, quizá hasta bajemos hasta Buenos Aires, eso depende del tiempo.

-¡Buenísimo! Eso me encantaría 🙂

-¿Qué, te pegas? Yo soy bien mochila, echo dedo, me hospedo en moteles, duermo en las estaciones de bus, en los aeropuertos, esas cosas jajaja.

-Pero por ahora voy al Huila a estar con mi familia porque en julio me voy a Francia por dos años. Nooo tengo que viajar contigo.

-Entonces tenemos que conocernos, tomarnos un chocolate y sembrar un amor que nos dure lo suficiente para que cuando nos veamos de nuevo nos acordemos del beso del otro, fin.

-¡Oye, pero qué tal este conquistador que me ha tocado!

-¿Tengo hasta julio, no? No esperarás que te lluevan manes inseguros pidiéndote permiso para darte un beso, cierto?

-😍Tienes una semana, para ser franca. A no ser que vayas al Huila en tu viaje mochilero.

-¿Qué harás ahorita?

-Bañarme para verme contigo…

Conocí a Sara en Tinder unas semanas antes de irme a mochilear por Suramérica. La química fue tal que, como acaban de ver, bastaron 20 minutos desde el primer «hola» para conocernos ese mismo día. Efectivamente me bañé y me arreglé para verme con ella, me intrigaban sobre manera los ojazos que tenía, unos ojos verdes que parecían de mentira. Por otro lado la actitud arrasadora con que me cerró la boca para decirme que nos viéramos me cautivó de inmediato. Ojalá muchas mujeres tuvieran la iniciativa de vez en cuando; la mayoría juegan a ser conquistadas, a dejarse cortejar, a ser difíciles y hacer que hasta el más pequeño besito se tenga que considerar como un premio, como algo que se gana… pendejas. Pero cuando le voltean a uno el plan, cuando las lanzadas son ellas todo cambia, a nosotros nos encanta que nos dejen sin armas, que nos roben el control, muchos concurrirán conmigo en que son estas ocasiones las que más nos encacorran a los hombres, no porque nos ahorren trabajo, sino porque es una total epifanía reconocer en una mujer esa voluntad de vivir, decir y hacer a pesar de. Aquellas mujeres a quienes el «qué dirán» les importa un culo y no tienen que esconder ni esconderse de nada ni de nadie cuando sienten algo, tienen el cielo ganado, el cielo de los sinceros.

A las once de la mañana ya la estaba recogiendo en su casa. Era muy linda, no solo tenía esos ojos verdes increíbles de su foto, sino que era casi rubia, su cabello tenía tonos dorados muy lindos, cachetona y con una sonrisa muy curiosa, como de que no rompía un plato. Decidimos ir a Usaquén, y como aún era temprano el plan fue ir a tomar chocolate en un sitio muy rústico y simpático del que no me acuerdo bien el nombre. Como si fuera lo más normal del mundo, como si no hubiera mucho qué presentar y saber del otro, empezamos a hablar de todo. La conexión aumentaba, se sentía en el aire, nos gustamos mucho el uno al otro y ni siquiera habíamos tocado temas sugestivos, quizá era obvio que eventualmente pasaría algo más, pero la verdad no importaba mucho fijarse en ello, eran otras cosas las que iban reafirmando más y más el match que hacía pocas horas habíamos hecho en la aplicación. Creo que eso es lo que más me gusta de Tinder; es muy imbécil el que piense que es una app para tirar. No, sexo puedes encontrar a la vuelta de la esquina y sin necesidad de una aplicación móvil; limitar Tinder al sexo es sinónimo de mentes obtusas, muy loser el que se meta a Tinder para andar mendigando «Oye, vamos a culear?» abajo esos cabrones. Creo fielmente que no hay mujer que no lo dé sino hombres que no lo saben pedir (y viceversa), y creo también que Tinder ha permitido ampliar los círculos sociales a través de un primer enganche sexual, sí. Tiene que haber un gusto inicial para que deslices a la derecha; de entrada ya estás charlando con quien te parece lind@ y al que le pareciste lind@, fin. En mi caso no voy a decir que no me interesa el sexo, obvio que me interesa, pero no es mi objetivo. Hay mil cosas tangenciales que suceden por el simple hecho de conocer a una nueva persona, cosas interesantes, que aportan, que se trasforman con un encuentro y devienen en una suerte de nuevos aprendizajes y experiencias; eso es lo que me llama, eso es Tinder para mí. Ahora, también debo ser claro, si en esa ecuación no está implícita la posibilidad de ir a la cama, pues entonces no me interesa nada. ¿Qué video, no?

Luego del chocolate espumoso y con queso paipa en el fondo, así derretido súper rico, decidimos que aún faltaba mucho por hablar, que no nos queríamos ir tan pronto, que de vacilar tantos pasos por Usaquén era evidente que faltaba más. Así que nos fuimos a La Lonchera, ¿han ido?. Tienen un combo genial de sushi, tres rollos, es decir, treinta piezas de sushi como por treinta y pico mil de pesos, aparte de barato es delicioso. Nos pedimos uno y seguimos con la tertulia y las carcajadas hasta casi reventar. Ya pagada la cuenta y aún con todo el día por delante no quisimos decir lo que vendría sino que simplemente lo dejamos pasar, como fingiendo que no sucedía nada, que no nos dábamos cuenta, como haciéndonos los güevones. Fuimos por el carro y en cuestión de minutos estábamos en mi apartamento, a los pies de la cama, besándonos esta vez en lapsos más largos y más intensos que los de hacía unas horas en Usaquén. No me fijé bien en qué momento sacó un estuchito con marihuana y una pipa pequeña que por alguna razón sigo pensando que la sacó de las tetas, quizá porque se las miraba mucho, eran grandes, perfectamente redondas y de pezones rosados. Había desabrochado su brasier y ella ya tenía casi listo el porro. Me preguntó si lo había hecho alguna vez con marihuana, le respondí que no pero que tenía curiosidad, lo prendió, le dio dos soplos y luego me lo pasó a mí, no sin antes besarme pasándome todo el humo de boca a boca.

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Quizá aspiré muy profundo y muy fuerte, no sé, pero el efecto no se hizo esperar. Todo redujo la velocidad, era ahora una cámara lenta mezclada con efecto de stopmotion, quizá porque parpadeaba mucho o porque me demoraba mucho de un parpadeo al otro, tampoco lo sé. La besaba, la besaba con sed; la boca, la lengua, los labios pastosos y secos querían encontrar humedad en la suya a como diera lugar y, mientras la besaba, todo en lentitud me dejaba hasta escuchar los latidos cardiacos, era un pum pum pum que se marcaba con una imagen distinta cada vez, todo al mismo ritmo. La cuestión de la velocidad de todo era importante y especialmente extraña. Parecía como si las acciones y los movimientos del cuerpo fueran muchísimo más rápido que la mente; la consciencia corría por alcanzar a la acción y sentir en tiempo real, mi mente seguía besándola, escuchando los chasquidos húmedos de los besos, dibujando figuras con la lengua, y yo hacía un rato ya estaba boca arriba en la cama, ella desapuntaba mi pantalón, bajaba mis bóxers y daba una primera lamida a mi verga desde la base hasta la punta. Era un mosaico de cosas que me excitaban y yo no sabía darle prioridad a ninguna. Mi verga tan grande como su cara, palpitando súplicas y ruegos por más paseos de su lengua, su cabello dorado hacia un lado, sus ojos verdes y coquetos en esa deliciosa interpretación de miradas libidinosas desde mi entrepierna, esas miradas que van verificando qué tan arrecho tienen al dueño de lo que se están comiendo allá abajo. Carajo, parecía una modelo porno y eso me ponía peor. Grueso, duro y a punto de reventar… todo el climax de una simple mamada se proyectaba como por mil y lo sentía en cada rincón de mi cuerpo. El foco de sensibilidad, el foco de mis cinco sentidos era mi verga; Sara podía haberme besado los hombros o incluso los codos y yo habría jurado ubicar la saliva, los dientes, los labios, la distancia y la equivalencia a escala en mi verga como si ésta fuera un radar de lascivias en mi piel.

No aguanté más, me levanté en medio de ese caos de velocidades y tiempo, la agarré por el culo, la alcé, la volteé y la tiré fuerte a la cama. Y ahí comenzó todo, parecía que el hecho de haberla volteado con brusquedad hubiese homologado una sensación de giro en mi cabeza, un ciclo infinito, yo hacía ahora parte de un remolino que giraba de izquierda a derecha. Era como estar culeando dentro de un tornado. Mientras era consciente de eso, mi lengua hacía tiempo bailaba, vibraba y esculcaba por encontrar el más íntimo de sus sabores en la entrepierna. Su piel blanca, su excitación roja y húmeda… pasar la punta de la lengua suavecito de abajo hacia arriba, penetrar, hacer círculos, combinar con los dedos, alternar velocidades, chupones, soplidos, pequeñas mordidas, ligeras complacencias y regodeos cada que sentía su cuerpo estremecer, cada que escuchaba sus gritos y sus gemidos, cada que estallaban charquitos húmedos de orgasmo sin siquiera haberla penetrado aún. Todo eso sucedía en un tornado, en un ciclo. Llovían ideas abstractas con formas familiares muy conocidas pero imposibles de descifrar o definir. Algunas parecían estampados de los muebles de mis padres cuando pequeño, a veces en colores que me hacían pensar en mamá, otras veces en papá. Figuras de nubes, figuras de flores, figuras en el agua, figuras de tantas cosas que se me hacían conocidas y normales pero de las cuales jamás había sido consciente. Figuras que semejaban rostros, emociones, recuerdos… era como una lluvia de formas en mi cabeza y con cada figura una historia perfectamente entendible en mi mente, pero imposible de traducir en palabras.

De nuevo el lag de la traba, yo pensando en tantas maricaditas que pasaban por mi cabeza y mi cuerpo ya se estaba acomodando de nuevo. Pum, fue como un zumbido, como un golpe en los nervios. Tenía sus pies en mis hombros y la acababa de penetrar. Sentí absolutamente en todo el cuerpo el divino placer de penetrar un coño, el calor inherente, la presión justa a cada lado del pene, el recorrido que la reviste desde la punta cuando entra hasta que se sella en la base, en el choque, en la embestida. Recuerdo haberme quitado rápido revisando si tenía condón y resulta que sí. Jamás me enteré a qué hora me lo puse o me lo puso ella, tal vez estaba filosofando con las figuritas… Emulaba una penetración, mil penetraciones en su boca con mis dedos, y mientras tanto la cama parecía desarmarse, todo semejaba una hecatombe en medio de un tornado, la madera y los muros sonaban diez veces más, el compás de cada golpe, de cada penetración profunda armonizaba sus gritos, su desespero; los gemidos se le regaban por la boca y le mojaban el cuello, las tetas, las tetas que yo apretaba, los pezones que yo pellizcaba. Llegaba ese momento de climax en que las mujeres no aguantan más, en que les tiemblan las piernas y se contorsionan de placer porque quieren parar (pero no parar)… y llegaba también la antítesis masculina de esa situación; la veía así y más ganas me daban de seguir, el trance en el que estaba me impedía la fatiga, sentía que podía embestirla a una velocidad tan constante como la fuerza del impacto con el que explotaban mis piernas contra sus nalgas.

No sabía cuánto tiempo había pasado, perdí totalmente la noción del tiempo pero aún así tenía la firme convicción de que podría morir ahí mismo sin reprochar el haber entregado el último aliento de mi energía en una fiesta sexual de semejante talla. Literalmente goteaba, llovía sobre su cuerpo, sentía cómo el sudor bajaba por mi frente y escurría por mi nariz o por mi barbilla. El pecho, los brazos, las piernas, parecía que hubiese entrado en una piscina aceitosa, todo mi cuerpo era ahora una de las más codiciadas calderas del infierno. Y las formas, y las figuras, y sus gritos, y los estallidos, y el sudor, y sus gemidos, y sus ojos, y mi verga llenándola completa mientras tiraba de su cabello en cuatro, mientras nalgueaba sus nalgas blancas, mientras confesaba cada pecado en sus oídos mordiendo su cuello, apretando sus tetas hacia arriba, levantándola para lograr comerme uno de sus besos mientras seguía aún clavado a ella… todo era sublime.

Pero NO todo fue sublime. «De eso tan bueno no dan tanto» dice el adagio. Minutos después, mientras seguíamos follando duro (especialmente por eso, por la intensidad), me entró un malestar súper repentino, me mareé. Yo aún seguía en ese viaje del tornado que comenzó tirándola a la cama en ese giro brusco, todo me daba vueltas, me paré rapidísimo y fui al baño. Todo, absolutamente todo lo que había comido lo vomité. ¡Qué vergüenza, qué pena con ella, qué paila, qué asco, qué gonorrea, qué todo! Mi mente se debatía en una discusión súper idiota entre lo incómodo de la situación, la lástima por ver salir cada trocito de mi amado sushi y una película paranoica que estaba surgiendo en mi cabeza y me empezaba a robar la tranquilidad: «¡Jueputa, esta vieja me echó algo, me dio algo. Si me asomo y no la veo será porque está llamando a alguien. Marica me van a robar los riñones o algo peor, me van a secuestrar, me van a desocupar el apartamento! ¿Qué voy a hacer? Yo aún me siento super mareado y ahora tengo debilidad. Alguien debe estar viniendo, alguien debió estar cerca del apto todo el tiempo…. Jueputa nooooooo!». Efectivamente me asomé y no la vi en el cuarto. Sentí que moría, el miedo se apoderaba de mi y yo solo pensaba en lo peor. La vi entrar al cuarto con un vaso de agua para mi, me preguntó si estaba bien, si quería que se fuera o si quería algo en especial. Así que decidí enfrentar la situación, le conté con todos los detalles la paranoia que estaba teniendo, que me empeliculé muy feo y que por nada del mundo me quería quedar solo, que cuando no la vi en la cama pensé que estaba tramando algo o llamando a alguien. Qué mierda contarles esto, pero así pasó. No todo iba a ser perfecto. Me abrazó y me ayudó a bañar, me secó, me acostó en la cama, me arropó y se quedó a dormir arrunchadita conmigo toda la tarde. La situación más rara de la vida, cuando desperté, ya mucho mejor pero con un poco de la lentitud que deja la marihuana por unas horas, pedimos comida a domicilio y charlamos un rato más. Ya era de noche y empezaba a hacerse tarde, la acompañé a tomar un carro y se fue. Jamás me sentí tan loser con una cita, qué anécdota tan fuerte y tan asquerosa… ¿Cómo habría reaccionado yo en una situación similar? Seguramente no habría sido tan dulce y comprensivo. Juré que lo primero que haría ella sería bloquearme de todo contacto y reírse de esto con cuanta persona pudiera. Pero resultó que no, al otro día hablamos mucho, entre otras cosas me contó que duramos mucho más de una hora follando, que me había venido dos veces y no se me bajaba ni reducía la velocidad, cosa de la que ni me acuerdo, y que ya yendo por la tercera fue que me maluquié, quizá por tanta presión (sumado al sushi con chocolate y queso que se batía sexual e incesante).

Jamás la volví a ver, días después ella viajó al Huila y yo emprendí mi mochileada con mi mejor amigo. Ahora está en Francia y hablamos esporádicamente. Sospecho que de haberse quedado y de haber compartido más tiempo habríamos quizá arriesgado un poco más por ver qué pasaba en un plan no tan casual. Puedo decir que ese día, con lo rápido que se dieron las cosas se sembró un amor bien bonito, bien casual. Me regaló el polvo más hijueputa de mi vida, el mejor, aunque no sé si calificarlo como el mejor puesto que fue con trampa, pero como sensación, como experiencia lo es. Nada supera hasta el día de hoy lo que sentí esa única vez tirando con marihuana en la cabeza. Toma unas fotos hermosas, se compró una Canon y experimenta por allá en Troyes por donde anda estudiando; me las manda de vez en cuando para saber qué pienso, a ratos hablamos de mil cosas, a veces pasan semanas sin un «hola», no obstante hay una conexión especial y ambos sabemos que bastó ese ligero encuentro para poder vernos de nuevo algún día cuando no estemos tan lejos. Sara fue literalmente una mujer a la que conocí por chat, luego personalmente y luego en la cama en menos de un día, y no por eso es una one night stand. Me parece que el amor tiene que ser redefinido de mil nuevas formas, tienen que quebrarse los clichés y los protocolos. Sin ser nada el uno del otro, nos dimos una experiencia que ninguno olvidará… nos dimos y nos fuimos el uno del otro por un pedacito de vida, y así está bien.

Se suma a una más de tantas cosas especiales por contar; y no especiales porque sean únicas, sino porque sé que las comparto con muchos. Solo que me tomo el atrevimiento de dejarlo por escrito, por sacarlo del tabú, tal vez con el objetivo de crear catarsis en alguno, de que alguien diga «marica, también me pasó», o de que se den cuenta de que mucho de lo que piensan también pasa por aquí y de repente escribirlo sirve para darle forma a los conceptos y los bastiones necesarios para salir del dogma carcelario y conservador que tanto nos aqueja. Vivimos en un mundo en que se nos juzga por no hacer las cosas tanto como por hacerlas. Así que en últimas lo más sensato es vivirlas (es mejor pedir perdón que pedir permiso), untarse y abandonar el rol de espectador para aprender el verdadero peso de los juicios, de las culpas y hasta de las moralejas. La vida es una, se vive o no se vive, la escuchamos o la contamos. Con todo lo anterior, todo lo que dice este post, no quiero hacer una apología al sexo bajo efecto de ninguna droga ni mucho menos al consumo de estas. Quise compartir mi experiencia, lo que sentí y aprendí de ella. Si bien por el hecho de tratar de poner en letras algo que parece imposible de describir, también por el deseo de desmitificar tantos prejuicios al rededor del tópico.

Siento que mi opinión con respecto a las drogas aún está consolidándose, aún está mutando en conceptos cada vez más sólidos y espero en algún momento poder escribir de ello también con argumentos lo suficientemente robustos. Lo que puedo decir por ahora, repito, no haciendo una apología a su consumo, es que no hay que satanizarlas. Están y han estado en la historia por años, y para nadie es un secreto que se consumen a diario y con muchos fines. Hay problemáticas muy densas alrededor, tales como la violencia que supura el narcotráfico en todos sus niveles, el tipo de droga de la que se trate y hasta los públicos a los que ataca. Considero que el problema jamás será la droga como tal sino la no comprensión y la no inclusión de éstas en el paradigma del status quo. Tratar de evadir su existencia, alimenta su factor furtivo y a su vez el valor económico, trayendo con esto corrupción, muerte y desastres a gente que ni siquiera la consume pero que en muchos casos sí depende de su mercado para sobrevivir como es el caso de muchas familias campesinas en extrema pobreza que viven del cultivo de coca, por ejemplo, ya que el gobierno no subsidia tan bien otros cultivos que «sí considera legales». Me parece pertinente que se cree una conciencia pedagógica y cultural de las drogas, de su uso y sobre todo el fortalecimiento del criterio que cada ser humano ha de tener para probar una o no. Repito, el problema no es la sustancia, sino las condiciones en que se consume. Que la droga sea ilegal jamás ha impedido que se consuma por quien la busca. Todo en exceso es perjudicial, desde el azúcar y la sal hasta cualquiera de estas sustancias, razón por la cual afirmo que consumir o probar una droga no es lo mismo que ser adicto ni generar un daño social inmediato. A mi modo de ver, y bajo una solida conciencia de lo que se hace, no está mal que la gente pruebe drogas; con esto tampoco estoy diciendo que está bien. Experimentar trae consigo diversas opciones y contextos en los que, claro está, la decadencia y pérdida de la dignidad humana también está incluida (sucede también con el alcohol, el tabaco, el sexo, la comida, etc.), pero no debe ser el único lente bajo el que se escrute la situación. Al hacerlo se cae en el amarillismo y el morbo, dejando a un lado otras formas de concebir una realidad en la que las sustancias psicoactivas coexisten en el fenómeno social sin generar impacto nocivo a sus integrantes.

No hay que generalizar, hay que saber analizar con cuidado cada caso en particular. No es lo mismo consumir marihuana a consumir heroína (esta última tiene consecuencias irreversibles como la adicción psicofisico dependiente), ni siquiera es lo mismo fumarse un porro a fumarse un taco de bazuco, hasta las drogas tienen estrato social, y así duela el comentario, no es igual el contexto de su consumo en un ambiente de miseria que en un ambiente más destacado, ya sea ocasional o frecuente, pero es cierto que en el segundo de los ambientes muy probablemente se consuman cosas más fuertes, relegando el cannabis a la condición de una simple hierba aromática. Es falso que por probar una droga se prueben todas y que probar un porro sea la puerta a todas las demás hasta llegar a la perdición. Con las drogas pasa como con cualquier comida, cualquier dulce, habrán unos que gustan y otros que no. Es falso que fumarse un porro de marihuana, y en general la mayoría de las drogas de las que sé, convierte en un delincuente o en alguien violento; pienso que es más violento (y más deplorable) alguien borracho, tirado en una esquina vomitando, meándose y perdiendo toda dignidad ya sea por eso o por romperse la madre en una riña por una estupidez cualquiera. Es importante recordar que el licor tuvo en su momento la etiqueta de «ilegal» y era tan juzgado moral y culturalmente como cualquier droga de hoy, además de ser igual de lucrativo por su contrabando (de nuevo la cuestión remonta a lo políticamente correcto); solo cuando su consumo perdió proscripción se limpió su imagen y ahora hasta hace parte del caché y del cotidiano de una persona «normal». Jamás he negado que existe la adicción, y salvo algunas sustancias demasiado fuertes considero que la gran mayoría de las drogas, y en general todos los placeres, devienen en adicción bajo consecuencia de una voluntad y un juicio pobre. La adicción está en la mente. Considero también que, por la misma razón, no es lo mismo probar una droga a los trece o catorce años que probarla a una edad más adulta; un joven -un niño-, puede no saber equilibrar el placer con su estado consciente de libre albedrío y puede caer mucho más fácil en adicción, asimilará con más frecuencia el sentirse bien delante de sus amigos bajo efecto de alguna droga, obviará cualquier repercusión y probablemente pueda terminar en situaciones más comprometedoras que pueden incluir mucho más que drogas, sin haberse tomado la molestia de evaluar o considerar lo que hace. En el caso de un adulto es más consciente la cosa, pensaría yo que ya cada quien sabe lo que hace y cómo lo hace (obviamente habrá excepciones, la edad termina no siendo determinante en muchas cosas), no con eso quiero obviar el riesgo de adicción pero la gama comparativa de placeres y sensaciones es más madura, más elaborada en la adultez, escoger se vuelve un privilegio que permite seleccionar qué se quiere sentir y bajo qué condiciones.

Quisiera entrar en debate político con este tema pero en últimas no es el punto, no es el tema principal de este post. Quizá hablarles de las ventajas que ha traído para una sociedad como la Uruguaya la legalización de algunas drogas, así como la evolución en materia humana en el caso de Holanda y otros países europeos que sí supieron entender que, más allá de las drogas, el verdadero problema era la corrupción y el lucro que impone el título de «Ilegal» tanto para el narco como para el político. Hace poco vi un vídeo de la Pulla y encontré tantas cosas de las que quería poner en este post, que para qué las repito, así que se los dejo por acá, creo que es contundente y conciso al aludir diferentes tópicos que pese a no estar relacionados directamente con probar drogas, sí conciernen a las quimeras políticas que se turnan la confusión y la segregación de la gentes en nuestro país. Problemáticas de escritorio que sesgan información y terminan convergiendo, como siempre, en los múltiples fantasmas del conflicto.

Luego de llegar de Estados Unidos, hablando con mi mamá, le confesé que había probado por primera vez la marihuana. Se escandalizó y me gritó, preguntó si yo me había vuelto adicto o alguna mierda de esas. Le respondí que no, que lo hice de forma consciente y que prefiero contarle de primera mano mis cosas como confidente, como amigo y como hijo antes que recibir chismes maricas de terceros que tergiversen la sinceridad que llevo con ella. Así que si usted, que no es mi mamá, no comparte, no entiende y no recibe lo que pueda leer acá, sepa de muy buen grado que su opinión me vale una bibliotecada de verga. No me considero una persona adicta a nada, (a veces a las mujeres) trato de analizar y ser consciente de cada episodio de mi vida, en qué me ayuda, en qué no, qué me aporta y qué me quita. Me emputan los juicios y los juzgamientos sin fundamento y por eso, sin que suene a sugerencia, antes de juzgar prefiero que sepan y ojalá prueben de aquello de lo que están rajando. Unos plones de marihuana y una mujer hermosa un día me proporcionaron un historia que llegó mucho más lejos que mi propia líbido, me dio las experiencias y las herramientas necesarias para apreciar algo nuevo que probaba por primera vez, una nueva forma de explorar mis sentidos, de cierta forma apreciar lo valiosa que se vuelve la vida cuando descubres una suerte de opciones, digamos lentes con filtro, para echarle una momentánea y distinta ojeada al fenómeno de Estar Aquí; no soy ni más ni menos persona por ello. Al día de hoy he probado tres tipos distintos de droga y he sabido abstraer lo más increíble de sus efectos con el fin de algún día escribir y contar. No dependo ni me dilapido en ello, pero tampoco quiero hacer parte de las tertulias godas que juzgan con hipocresía; me es sensato aceptar la vida como la he vivido hasta el día de hoy.

Miro atrás y veo que mi postura respecto al tema ha cambiado y se ha vuelto más tolerante, no precisamente porque ahora ya he probado cosas, pero sí es cierto que ello ayuda a tener una perspectiva in sito de todo el cuento a gran escala. Sustancias de mil suertes han existido en la historia y sus azares, han tenido connotaciones espirituales de respeto, altísimo valor epistemológico y hasta ontológico; podríamos hablar de la hoja de San Pedro, del Yagé, la Ayahuasca, hasta de la misma Marihuana. El inconveniente de la postmodernidad es que estos saberes y apreciaciones no se tienen ni se practican por todo el mundo, sumado a que también existen drogas sintéticas y de «uso recreativo» que nada tendrán que ver con una experiencia espiritual… y está bien, no tienen por qué estar relacionadas. Que las cosas existan, pasen y se den porque sí también hace parte de la realidad, procurar lo contrario sería rayar en lo existencialista. Cada quién tiene derecho y autonomía de dar un significado y sentido a aquello que haga, a sus decisiones. Entender esto es clave, pues está en todo su derecho de vivir quién decide experimentar con algo como quien no. Y es en calidad de esto que se mide la madurez de una sociedad; al final del día la única droga que le pudre las venas al mundo es la intolerancia que señala y juzga.

8 comentarios sobre “Sushi con Chocolate

  1. Podría decirle que no me gustó lo que escribió en este post. Iba teniendo un sinsabor a medida que avanzaba. Pero me decidí por leer el blog completo y comprendí que no es que no me gustara sino que no estaba listo para encarar muchas verdades que todos se callan, muchos secretos que todos comparten. Leerlo a usted lo mete a uno en la historia, lo unta, lo ensucia, lo vuelve mierda y al final lo llena de certeza… no sé qué más decirle porque sé que lo quiero juzgar pero si lo juzgo me clavo la estaca en mi propia moral. La hizo bien parcero. Felicitaciones.

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  2. Me ha dado mucha risa más que nada el video post-polvo…. Jajajjajaja. Respecto a las drogas es innegable que existe un riesgo frente a ellas de perderse a si mismo… Sucede sin embargo que las personas (según el nivel de consciencia) no nos detenemos a ver qué hay drogas como la dependencia emocional, la adicción a la comida, la ludopatía (el sin-sentido común 🙄) u otras igual o más fuertes que una adicción a cualquier clase de droga legal o ilegal, que en sí, solo es la extensión del vacío existencial que nos lleva a olvidarnos de nosotros mismos sin necesidad de una sustancia alucinógena. Felicitaciones. Entretenido post.

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  3. Me encantó, me enredaste en tu historia, me recordaron mis primeras empeliculadas con weed, es súper chistoso porque con el tiempo aprendes a controlar eso, a entender tu cuerpo y reconocer que tienes una sustancia corriendo por tus venas llevándote a un estado donde amplías tus sentidos, abres tu mente, disfrutas y agradeces más el estar vivo. Toda una maestra esa planta en mi vida. Excelente conclusión, dijiste todo lo que se tenía que decir. Un abrazo. Por si no me recuerdas, soy la chica que conociste en Divercity, tomándole una foto a tu hermanita. Jaja cuídate!

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